lunes, 19 de septiembre de 2011

ER – III BIMESTRE – 1ro de Secundaria

EL PECADO

1. La misericordia y el pecado

El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la mi­sericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: «Tú le pondrás por nombres Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus peca­dos». Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: «Esta es mi sangre de la alianza., que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados».

La acogida de la misericordia divina exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. «Si decimos: no te­nemos pecado, nos engañamos y la. verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonamos los pecados y purificar­nos de toda injusticia».

2. Definición de pecado

El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna».

El pecado es una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí». El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal. El pecado es así «amor de si hasta el desprecio de Dios». Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametral­mente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación.

3. La diversidad de pecados

La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisio­nes, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y co­sas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”.

Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o defecto, o según los manda­mientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismos; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: «De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre». En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.

4. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial

Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura se ha impuesto en la tradición de la Iglesia.

El pecado mortal es todo pensamiento, deseo, palabra, hecho u omisión grave contra la ley de Dios o de la Iglesia en materia grave, con pleno consentimiento y deliberada voluntad. El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Sin arrepentimiento tal pecado, nos conduce a la muerte eterna

El pecado venial es pensar, decir, hacer u omitir algo contra la ley de Dios o de la Igle­sia en materia leve. Cuando se trata de materia grave y falta el conocimiento pleno o la deliberada voluntad, el pecado mortal se convierte en venial. El pecado venial disminuye el fervor de la caridad, nos dispone al pecado mortal y nos hace merece­dores de las penas del purgatorio. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humana­mente reparable con la gracia de Dios. «No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna».

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno». No hay limites a la misericordia de Dios, pero quien se ni niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede condu­cir a la condenación final y a la perdición eterna.

5. Los pecados capitales y los pecados que claman al Cielo

Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distin­guido siguiendo a San Juan Casiano y a San Gregorio Magno. Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. Como remedio para estos pecados podemos men­cionar otras tantas virtudes:

- Contra soberbia, humildad.

- Contra avaricia, generosidad.

- Contra envidia, caridad.

- Contra ira, paciencia.

- Contra lujuria, castidad.

- Contra gula, templanza; y

- Contra pereza, diligencia.

La tradición catequética recuerda también que existen pecados que claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado.

6. El pecado y la cooperación al mal

El pecado es un acto personal. Pero nosotros tene­mos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:

- participando directa y voluntariamente;

- ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;

- no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tie­ne obligación de hacerlo;

- protegiendo a los que hacen el mal.

Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia. y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad di­vina. Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido, analógico constitu­yen un “pecado social”.