miércoles, 30 de noviembre de 2011

ER – IV BIMESTRE – 1ro de Secundaria

LOS LLAMADOS A SER SANTOS

1. La santidad

“¿Qué es la santidad? Es la alegría de hacer la Voluntad de Dios.

El hombre experimenta esta alegría por medio de una constante acción profunda sobre sí mismo, por medio de la fidelidad a la ley divina, a los mandamientos del Evangelio. E incluso con renuncias”.

La esencia de la santidad está en la caridad o amor a Dios y al prójimo por Dios.

A estos dos amores redujo Jesús la Ley y los Profetas, y los inculcó como máximos mandamientos.

La santidad es llevar una vida de gracia, opuesta al pecado.

2. Jesús, nuestro modelo de santidad

El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…”. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: “escuchadle”. Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: “Amaos os unos a los otros como yo os he amado”. Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.

3. Todos somos llamados a la santidad

La doctrina del llamamiento universal a la santidad parecía olvidada a lo largo de los siglos, de tal manera que daba la impresión de que para buscar la santidad se tenía que ir al claustro o ser sacerdotes. Pero vemos que por el mero hecho de ser hijos de Dios por medio del bautismo todos estamos llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y San Pablo dice a los tesalonicenses: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”.

La “llamada universal a la santidad” no es una sugerencia, sino un mandato de Jesucristo: “Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna”.

El concilio Vaticano II pronunció palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40).

Por lo tanto podemos decir que el objetivo principal de todo hombre en esta vida es la búsqueda de la santidad “Busquen, pues, antes que nada el Reino de Dios y su justicia que todo lo demás se le dará por añadidura”.

4. Medios para llegar a la santidad

Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de admiración y de agradecimiento, pues nos ha elegido para que seamos santos en su presencia. Ser santos no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santos es ser buen cristiano: parecerse a Cristo.

Y ¿qué medios tenemos?:

• Los sacramentos, especialmente la recepción de la Eucaristía y la penitencia.

• La oración y la mortificación.

• La devoción a la Virgen María.

• Nuestro trabajo de cada día, bien hecho y en gracia santificante.

5. El camino de la Cruz

Hay en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces que plantaron nuestros abuelos en los caminos...!

El camino de la perfección pasa por la cruz, pues no hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis (el esfuerzo, el combate espiritual) y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: el que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce.

6. El culto a los santos

Nosotros solamente adoramos a Dios porque le reconocemos como Creador y Supremo Señor de todas las cosas; y veneramos a los santos y especialmente a la Santísima Virgen por ser Madre de Dios.

Venerar es lo mismo que rendir honor, reconocerles amigos de Dios y glorificados por Él en el cielo, ya que aquí fueron fieles y generosos servidores de Jesucristo.

Tanto el culto a la Virgen como el de los santos “es justo y saludable” y “el honor que tributamos a sus imágenes va dirigido a los santos que ellas representan”.

Veneramos a los santos celebrando su memoria y pidiendo su intercesión. Con ello damos gracias a Dios por los dones que Él les ha otorgado y le rogamos que, por intercesión de los mismos, nos sea propicio y nos ayude a hacernos semejantes a ellos. La festividad de un santo suele celebrarse en el aniversario de su nacimiento al cielo.

Los santos son nuestros modelos en la imitación a Cristo. Si leemos su vida , conoceremos su heroísmo y nos sentiremos impulsados a seguir su ejemplo “Por defender su pureza San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San bernardo se zambulló e un estanque helado… -Tú, ¿qué has hecho?”.

LA VIRGEN MARIA

1. La Virgen María

La Santísima Virgen María es la Nueva Eva, la Mujer perfecta, llena de gracia y virtudes, concebida sin pecado original, que es Madre de Dios y madre nuestra, y que está en el cielo en cuerpo y alma; y que nos acompaña permanentemente en nuestros esfuerzos por ser cristianos con gran solicitud y amor maternal.

La Virgen María es verdaderamente Madre de Dios porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo y es madre nuestra porque, por su obediencia, se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes; además, porque es Madre de Jesucristo, con quien estamos unidos por la gracia, formando un solo Cuerpo Místico.

2. Privilegios Marianos

Dado que la Virgen María es, por designio divino, una criatura del todo singular y única, ha recibido del Señor unas gracias y privilegios que están fuera de la ley común y que a ninguna otra criatura pueden convenir.

En efecto, era del todo conveniente que en razón de ser escogida para ser Madre de Dios esté adornada de todos los privilegios, los cuales son: su Concepción Inmaculada, su perpetua Virginidad, su Maternidad divina y su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

a) Inmaculada Concepción

El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.

“Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.”

b) Virginidad perpetua

La fe de la Iglesia, se condensa en una antiquísima fórmula: “María fue virgen antes, durante y después del parto”.

1.- Antes del parto, en la misma concepción, puesto que, según leemos en el Evangelio de San Lucas, concibió a Jesús, no de varón, sino fuera de todo concurso humano: “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

2.- En el parto, porque dio a luz a su Hijo sin desgarrar el sello de la virginidad, sin dolor, por especial y portentoso milagro del poder divino “Como el rayo del sol pasa a través de un cristal sin romperlo ni mancharlo”.

3.- Después del parto, es decir, que después del nacimiento de Cristo tampoco hubo consorcio alguno con varón, y por consiguiente no tuvo otros hijos, y ni siquiera perdió la integridad de su cuerpo de manera puramente accidental.

La virginidad perpetua de la Virgen fue proclamado en el Concilio Lateranense bajo el Papa Martín I, en el año 649, y también en el Concilio III de Constantinopla en el año 68O.

c) La Maternidad Divina de María

El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:

“Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.”

El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:

“Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (L G 66).

d) Asunción a los cielos

“Ser llevada” se dice en latín “assumi”, de donde procede el término “Asunción”, de significado pasivo, para distinguirla de “Ascensión” que tiene significado activo, y es el misterio de Jesucristo, quien “subió” a los cielos por su propia virtud, mientras que María “fue llevada”.

La Asunción de María tiene dos significados: El uno es, NEGATIVO, en cuanto supone que su cuerpo santísimo no sufrió la corrupción del sepulcro, y otro POSITIVO, que significa la glorificación del mismo cuerpo, la cual a su vez supone la resurrección anticipada.

El privilegio de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es una verdad de fe católica, definida por el Papa Pío XII el l de noviembre de l95O por la bula “Munificentissimus Deus”, con estas palabras.

3. El Culto a la Virgen María

La Virgen no puede ser objeto de culto de adoración o latría (la adoración sólo corresponde a Dios). Pero sí se venera a la Virgen de una manera especial, con un culto que la Iglesia llama “hiperdulía” que es una veneración mayor a la que se da a los santos del cielo, ellos son objeto de culto de “dulía” o veneración.

El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la Palabra revelada y sólidos fundamentos en las verdades de la doctrina católica, tales como:

- la singular dignidad de María por ser Madre del Hijo de Dios;

- su cooperación incondicional en la obra de la salvación llevada a cabo por su Hijo;

- su santidad, plena en el momento de su concepción inmaculada;

- su misión y el puesto que ocupa;

- su incesante y eficaz intercesión a favor de los hombres;

- su gloria, en fin, que ennoblece a todo el género humano; en efecto, María pertenece a nuestra estirpe.

4. Las Advocaciones de la Virgen María

Se conoce como advocaciones, a las distintas formas de nombrar o referirnos a la Santísima Virgen. Es común que muchos cristianos, por falta de información o mejor dicho “formación”, confundan esos distintos nombres con distintas santas o “virgencitas”, como suelen llamarle. La Madre de Jesús es la Virgen María. Y los católicos solemos “apodarla” de distintas maneras, según el lugar dónde se halla instalada la devoción, o según la circunstancia, si es una aparición o se la nombra Patrona, etc.

De esta manera, encontraremos que llamamos a María como “Nuestra Señora del Rosario”, Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, La Virgen del Carmen y cientos de formas más. Pero siempre nos referimos a nuestra Santa Mamá del Cielo. ¿Que niño no ha llamado a su madre de cientos de maneras cariñosas? Es por eso que no debemos confundirla, como si se tratara de distintas personas.