miércoles, 30 de noviembre de 2011

ER – IV BIMESTRE – 1ro de Secundaria

LOS LLAMADOS A SER SANTOS

1. La santidad

“¿Qué es la santidad? Es la alegría de hacer la Voluntad de Dios.

El hombre experimenta esta alegría por medio de una constante acción profunda sobre sí mismo, por medio de la fidelidad a la ley divina, a los mandamientos del Evangelio. E incluso con renuncias”.

La esencia de la santidad está en la caridad o amor a Dios y al prójimo por Dios.

A estos dos amores redujo Jesús la Ley y los Profetas, y los inculcó como máximos mandamientos.

La santidad es llevar una vida de gracia, opuesta al pecado.

2. Jesús, nuestro modelo de santidad

El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…”. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: “escuchadle”. Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: “Amaos os unos a los otros como yo os he amado”. Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo.

3. Todos somos llamados a la santidad

La doctrina del llamamiento universal a la santidad parecía olvidada a lo largo de los siglos, de tal manera que daba la impresión de que para buscar la santidad se tenía que ir al claustro o ser sacerdotes. Pero vemos que por el mero hecho de ser hijos de Dios por medio del bautismo todos estamos llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y San Pablo dice a los tesalonicenses: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”.

La “llamada universal a la santidad” no es una sugerencia, sino un mandato de Jesucristo: “Fíjate bien: hay muchos hombres y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro. Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna”.

El concilio Vaticano II pronunció palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40).

Por lo tanto podemos decir que el objetivo principal de todo hombre en esta vida es la búsqueda de la santidad “Busquen, pues, antes que nada el Reino de Dios y su justicia que todo lo demás se le dará por añadidura”.

4. Medios para llegar a la santidad

Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de admiración y de agradecimiento, pues nos ha elegido para que seamos santos en su presencia. Ser santos no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santos es ser buen cristiano: parecerse a Cristo.

Y ¿qué medios tenemos?:

• Los sacramentos, especialmente la recepción de la Eucaristía y la penitencia.

• La oración y la mortificación.

• La devoción a la Virgen María.

• Nuestro trabajo de cada día, bien hecho y en gracia santificante.

5. El camino de la Cruz

Hay en el ambiente una especie de miedo a la Cruz, a la Cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces que plantaron nuestros abuelos en los caminos...!

El camino de la perfección pasa por la cruz, pues no hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis (el esfuerzo, el combate espiritual) y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: el que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce.

6. El culto a los santos

Nosotros solamente adoramos a Dios porque le reconocemos como Creador y Supremo Señor de todas las cosas; y veneramos a los santos y especialmente a la Santísima Virgen por ser Madre de Dios.

Venerar es lo mismo que rendir honor, reconocerles amigos de Dios y glorificados por Él en el cielo, ya que aquí fueron fieles y generosos servidores de Jesucristo.

Tanto el culto a la Virgen como el de los santos “es justo y saludable” y “el honor que tributamos a sus imágenes va dirigido a los santos que ellas representan”.

Veneramos a los santos celebrando su memoria y pidiendo su intercesión. Con ello damos gracias a Dios por los dones que Él les ha otorgado y le rogamos que, por intercesión de los mismos, nos sea propicio y nos ayude a hacernos semejantes a ellos. La festividad de un santo suele celebrarse en el aniversario de su nacimiento al cielo.

Los santos son nuestros modelos en la imitación a Cristo. Si leemos su vida , conoceremos su heroísmo y nos sentiremos impulsados a seguir su ejemplo “Por defender su pureza San Francisco de Asís se revolcó en la nieve, San Benito se arrojó a un zarzal, San bernardo se zambulló e un estanque helado… -Tú, ¿qué has hecho?”.

LA VIRGEN MARIA

1. La Virgen María

La Santísima Virgen María es la Nueva Eva, la Mujer perfecta, llena de gracia y virtudes, concebida sin pecado original, que es Madre de Dios y madre nuestra, y que está en el cielo en cuerpo y alma; y que nos acompaña permanentemente en nuestros esfuerzos por ser cristianos con gran solicitud y amor maternal.

La Virgen María es verdaderamente Madre de Dios porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo y es madre nuestra porque, por su obediencia, se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes; además, porque es Madre de Jesucristo, con quien estamos unidos por la gracia, formando un solo Cuerpo Místico.

2. Privilegios Marianos

Dado que la Virgen María es, por designio divino, una criatura del todo singular y única, ha recibido del Señor unas gracias y privilegios que están fuera de la ley común y que a ninguna otra criatura pueden convenir.

En efecto, era del todo conveniente que en razón de ser escogida para ser Madre de Dios esté adornada de todos los privilegios, los cuales son: su Concepción Inmaculada, su perpetua Virginidad, su Maternidad divina y su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

a) Inmaculada Concepción

El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus.

“Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.”

b) Virginidad perpetua

La fe de la Iglesia, se condensa en una antiquísima fórmula: “María fue virgen antes, durante y después del parto”.

1.- Antes del parto, en la misma concepción, puesto que, según leemos en el Evangelio de San Lucas, concibió a Jesús, no de varón, sino fuera de todo concurso humano: “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

2.- En el parto, porque dio a luz a su Hijo sin desgarrar el sello de la virginidad, sin dolor, por especial y portentoso milagro del poder divino “Como el rayo del sol pasa a través de un cristal sin romperlo ni mancharlo”.

3.- Después del parto, es decir, que después del nacimiento de Cristo tampoco hubo consorcio alguno con varón, y por consiguiente no tuvo otros hijos, y ni siquiera perdió la integridad de su cuerpo de manera puramente accidental.

La virginidad perpetua de la Virgen fue proclamado en el Concilio Lateranense bajo el Papa Martín I, en el año 649, y también en el Concilio III de Constantinopla en el año 68O.

c) La Maternidad Divina de María

El dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Efeso (año 431). Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El Concilio de Efeso, del año 431, siendo Papa San Clementino I (422-432) definió:

“Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema.”

El Concilio Vaticano II hace referencia del dogma así:

“Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades” (L G 66).

d) Asunción a los cielos

“Ser llevada” se dice en latín “assumi”, de donde procede el término “Asunción”, de significado pasivo, para distinguirla de “Ascensión” que tiene significado activo, y es el misterio de Jesucristo, quien “subió” a los cielos por su propia virtud, mientras que María “fue llevada”.

La Asunción de María tiene dos significados: El uno es, NEGATIVO, en cuanto supone que su cuerpo santísimo no sufrió la corrupción del sepulcro, y otro POSITIVO, que significa la glorificación del mismo cuerpo, la cual a su vez supone la resurrección anticipada.

El privilegio de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es una verdad de fe católica, definida por el Papa Pío XII el l de noviembre de l95O por la bula “Munificentissimus Deus”, con estas palabras.

3. El Culto a la Virgen María

La Virgen no puede ser objeto de culto de adoración o latría (la adoración sólo corresponde a Dios). Pero sí se venera a la Virgen de una manera especial, con un culto que la Iglesia llama “hiperdulía” que es una veneración mayor a la que se da a los santos del cielo, ellos son objeto de culto de “dulía” o veneración.

El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la Palabra revelada y sólidos fundamentos en las verdades de la doctrina católica, tales como:

- la singular dignidad de María por ser Madre del Hijo de Dios;

- su cooperación incondicional en la obra de la salvación llevada a cabo por su Hijo;

- su santidad, plena en el momento de su concepción inmaculada;

- su misión y el puesto que ocupa;

- su incesante y eficaz intercesión a favor de los hombres;

- su gloria, en fin, que ennoblece a todo el género humano; en efecto, María pertenece a nuestra estirpe.

4. Las Advocaciones de la Virgen María

Se conoce como advocaciones, a las distintas formas de nombrar o referirnos a la Santísima Virgen. Es común que muchos cristianos, por falta de información o mejor dicho “formación”, confundan esos distintos nombres con distintas santas o “virgencitas”, como suelen llamarle. La Madre de Jesús es la Virgen María. Y los católicos solemos “apodarla” de distintas maneras, según el lugar dónde se halla instalada la devoción, o según la circunstancia, si es una aparición o se la nombra Patrona, etc.

De esta manera, encontraremos que llamamos a María como “Nuestra Señora del Rosario”, Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, La Virgen del Carmen y cientos de formas más. Pero siempre nos referimos a nuestra Santa Mamá del Cielo. ¿Que niño no ha llamado a su madre de cientos de maneras cariñosas? Es por eso que no debemos confundirla, como si se tratara de distintas personas.

lunes, 19 de septiembre de 2011

ER – III BIMESTRE – 1ro de Secundaria

EL PECADO

1. La misericordia y el pecado

El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la mi­sericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: «Tú le pondrás por nombres Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus peca­dos». Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: «Esta es mi sangre de la alianza., que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados».

La acogida de la misericordia divina exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. «Si decimos: no te­nemos pecado, nos engañamos y la. verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonamos los pecados y purificar­nos de toda injusticia».

2. Definición de pecado

El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna».

El pecado es una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí». El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal. El pecado es así «amor de si hasta el desprecio de Dios». Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametral­mente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación.

3. La diversidad de pecados

La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisio­nes, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y co­sas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”.

Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o defecto, o según los manda­mientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismos; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: «De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre». En el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.

4. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial

Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura se ha impuesto en la tradición de la Iglesia.

El pecado mortal es todo pensamiento, deseo, palabra, hecho u omisión grave contra la ley de Dios o de la Iglesia en materia grave, con pleno consentimiento y deliberada voluntad. El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Sin arrepentimiento tal pecado, nos conduce a la muerte eterna

El pecado venial es pensar, decir, hacer u omitir algo contra la ley de Dios o de la Igle­sia en materia leve. Cuando se trata de materia grave y falta el conocimiento pleno o la deliberada voluntad, el pecado mortal se convierte en venial. El pecado venial disminuye el fervor de la caridad, nos dispone al pecado mortal y nos hace merece­dores de las penas del purgatorio. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humana­mente reparable con la gracia de Dios. «No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna».

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno». No hay limites a la misericordia de Dios, pero quien se ni niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede condu­cir a la condenación final y a la perdición eterna.

5. Los pecados capitales y los pecados que claman al Cielo

Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distin­guido siguiendo a San Juan Casiano y a San Gregorio Magno. Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza. Como remedio para estos pecados podemos men­cionar otras tantas virtudes:

- Contra soberbia, humildad.

- Contra avaricia, generosidad.

- Contra envidia, caridad.

- Contra ira, paciencia.

- Contra lujuria, castidad.

- Contra gula, templanza; y

- Contra pereza, diligencia.

La tradición catequética recuerda también que existen pecados que claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado.

6. El pecado y la cooperación al mal

El pecado es un acto personal. Pero nosotros tene­mos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:

- participando directa y voluntariamente;

- ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;

- no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tie­ne obligación de hacerlo;

- protegiendo a los que hacen el mal.

Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia. y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad di­vina. Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido, analógico constitu­yen un “pecado social”.

lunes, 4 de julio de 2011

ER – II BIMESTRE – 1ro Secundaria

LOS LIBROS SAGRADOS

1. ¿Qué es la Biblia?

La Sagrada Biblia o Sagrada Escritura es la colección de libros que, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales libros divinos e inspirados han sido entregados a la Iglesia.

Biblia es una palabra griega, plural de biblión, que significa “los libros”, porque más que un libro es una colección. Por hallarse ahora todos juntos en un solo volumen, se dice en singular: la Biblia.

El autor principal de la Biblia es el mismo Dios, porque Él ha inspirado a los hombres que la escribieron. Dios los escogió, los impulsó y los iluminó para que escribieran. Dios los asistió para que escribieran fielmente lo que Él quería decir a los hombres.

Por eso decimos que la Biblia es la Palabra de Dios, algo así como una carta que Dios ha escrito a los hombres por medio de otros hombres.

La Biblia no puede equivocarse, porque Dios sabe todas las cosas y no puede enga­ñar a los hombres.

La Biblia recibe varios nombres. Entre otros: Sagrada Escritura, Libros Santos, las Divinas Escrituras, las Sagradas Escrituras o simplemente la Escritura.

2. Partes de la Biblia

La Biblia está dividida en dos grandes partes: el Antiguo Testamento y el Nuevo Tes­tamento. Tiene en total 73 libros.

a) El Antiguo Testamento: Comprende los 46 primeros libros.

Fueron escritos por diversos autores, a lo largo de muchos siglos, en tres lenguas diferentes: en hebreo, en arameo y, unos pocos, en griego.

b) EL Nuevo Testamento: Comprende los 27 últimos libros.

Fueron escritos por algunos discípulos de Jesús después de haber subido Él al cielo.

Los protestantes no aceptan algunos libros de la Sagrada Escritura: cuatro libros históricos (Tobías, Judit y los dos Libros de los Macabeos); dos libros llamados sa­pienciales: Sabiduría y Eclesiástico; y uno profético: Baruc. Asimismo, algunas partes de otros libros.

3. ¿Qué nos cuenta la Biblia?

La Biblia no es un tratado de ciencias humanas (historia, geografía, ciencias naturales, etc.) sino un libro históri­co-religioso, aunque escrito con las formas de escribir usados en la época en que se escribió, con las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo.

En la Biblia encontramos, entre otras muchas cosas:

* La narración del origen del mundo y del hombre.

* La narración del primer pecado que cometieron los hombres, la causa y raíz de todos los males que existen en el mundo.

* La promesa que Dios hizo al primer hombre de enviar un Redentor que salvará a los hombres de su pecado.

* La historia de Israel, el pueblo que Dios escogió para transmitir su doctrina a todos los hombres y para pre­parar la venida del Redentor.

* La vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, el Redentor de los hombres.

* La venida del Espíritu Santo, que santifica y guía a los cristianos.

* La fundación de la Iglesia.

* Los primeros pasos de la Iglesia Católica, continuadora de la misión salvadora de Jesús.

4. Libros de la Biblia

Algunos libros narran lo que Dios ha hecho para salvar a los hombres. Son los llama­dos libros históricos.

Otros, contienen los avisos, amonestaciones o castigos anunciados por los profetas en nombre de Dios. Son los llamados libros proféticos.

Otros, finalmente, contienen enseñanzas o nor­mas de vida valederas para todos los hombres. Son llamados libros sapienciales o doctrinales.

5. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

La Sagrada Escritura es el conjunto de libros que, escritos bajo la inspiración del Espíritu San­to, tienen a Dios como autor principal y han sido entregados como tales a la Iglesia.

Se llama inspiración a aquella gracia o carisma que da Dios a ciertos hombres para que consignen por escrito todo y sólo lo que Dios que­ría comunicar a los hombres. Todo lo escrito es verdaderamente revelación divina o Palabra de Dios

Dios al dejarnos su Palabra escrita, siendo el autor principal, ha querido que los escritores humanos nos transmitieran solo lo que él nos quiso decir. Los escritores no fueron coaccionados ni privados de su libertad al narrar un libro sagrado. Cada escritor narraba el texto con las condiciones de su tiempo, cultura. Por ello podemos apreciar en los libros de la Sagrada escritura que existen libros proféticos, libros históricos,… etc.

Dice el Concilio Vaticano II: «La santa madre Iglesia, fiel a la fe los Apóstoles, re­conoce que todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas sus partes, Son sagrados y canónicos, en cuanto escritos por inspiración del Espíritu Santo (cf Jn 20,31; 2 Tm 3,16; 2 P 1,19-21; 3, 15-16), tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia».

Dios –como Autor invisible y trascendente «se valió de hombres elegidos, que usa­ban de todas sus facultades y talentos; de este modo, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería». Con este fin el Espíritu Santo actuaba en ellos y por medio de ellos.

Dios es el Autor principal de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores huma­nos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica.

Estos libros sagrados escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la redac­ción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería. A estos autores inspirados se les llama hagiógrafos o escritores santos.

Los redactores más importantes de la Sagrada Biblia fueron

En el Antiguo Testamento: Moisés, el rey David, los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel;

En el Nuevo Testamento: los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y el apóstol san Pablo.

Dios respetó a los escritores sagrados, influidos por las costumbres y cultura de los países en los que vivían, dejando huella de su estilo, temperamento, personalidad e incluso de la clase social a la que pertenecían o el oficio que desempeñaban; así, por ejemplo, San Pablo muestra su temperamento impetuoso, San Juan, místico y sereno; San Marcos, detallista; San Lucas, como buen médico, nos revela a un Jesús lleno de misericordia, etc. La mayor parte de los autores del Antiguo Testamento son desconocidos para nosotros; cosa comprensible ya que la literatura antigua era anó­nima, pues las composiciones, tanto orales como escritas. Muchos escritores además se basaron en la tradición oral, que ampliaban, por lo que algunas obras se atribuyen a aquel autor que más haya influido en ella.

6. Disposiciones para leer la Biblia

Para leer con gran fruto las Sagrada Escrituras podemos mencionar algunos aspectos:

• Antes de comenzar la lectura de la Biblia, debemos dirigirnos a Dios por medio de una oración a Jesucristo, pues es el único digno de abrirnos el divino libro.

• No debemos leer las Sagradas Escrituras de corrido, sino meditando lo que se lee.

• Es necesario leer la Escritura con grande humildad y con entera sumisión a la Igle­sia, la cual recibió de Jesucristo este sagrado depósito.

• Jesucristo es el gran objetivo que hemos de tener presente en la lectura de la santa Biblia, si queremos alcanzar su recto sentido.

• El fin y cumplimiento al que nos debe llevar la lectura de la Biblia es el de vivir la doble caridad, es decir para con Dios y para con el prójimo.

lunes, 25 de abril de 2011

ER - I BIMESTRE - 1ro Secundaria

 

NUESTRO PADRE NOS BUSCA

TIEMPO DE PASCUA

JESÚS HA RESUCITADO Y VIVE PARA SIEMPRE

REFLEXIÓN

Lo que tengo que decirles lo han oído otras veces, pero me gustaría que no pareciera lo de siempre. Es necesario que les suene a nuevo, que les dé la impresión de que no lo han oído nunca.

Olviden un momento la rutina: esas reflexiones a veces tan monótonas que apenas les rozan la piel.

Olviden un momento la vida diaria: las discusiones caseras, los huesos que duelen, las jaquecas, las rabietas de los niños, los pelmazos que no dejan vivir.

Hoy quisiera que mis palabras sonaran a nuevas.

Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo que hoy les voy a decir... su vida será nueva, empezarán a vivir de una forma distinta, la rutina diaria tendrá una profundidad desconocida, las celebraciones religiosas les traspasará el alma, la alegría que nadie puede quitar será su huésped, incluso la muerte será una puerta llena de posibilidades, la vida será una ruta acompañada por la esperanza, la misma enfermedad tendrá una cara desconocida.

Para que entiendan bien lo que voy a decidles, es necesario que el Señor esté con ustedes... que levantemos el corazón... que demos gracias al Señor nuestro Dios...

Hermanos, esto es lo que hoy tengo que decirles: Jesús de Nazaret, el hijo de José y de María, el muerto injustamente y sepultado, ¡¡Ha resucitado y vive para siempre!!! La muerte ha sido vencida: el muro impenetrable, la oscuridad existencial, el mal constante que nos envuelve, la queja permanente... no son verdad del todo.

Alguien ha roto el misterio, ha trocado la noche en aurora luminosa, ha iniciado una nueva creación. Óiganlo todos: ¡Cristo ha resucitado!

Ustedes jóvenes, que les asusta la dureza de la vida: Cristo resucitado fortalece su rebeldía contra la injusticia.

Ustedes padres y madres de familia, Cristo vivo resplandece en el amor fiel que se tienen, ilumina y sostiene la entrega generosa a los hijos.

Solteros y solteras, Cristo resucitado los hace fecundos, pone en sus manos otro modo de crear vida, construye otra familia no según la carne y la sangre, sino en el Espíritu de hijos y hermanos.

Hombres y mujeres de la tercera edad, Cristo resucitado vive con ustedes, no permite que se reseque su alma, con Él hasta el final llegarán llenos de vida.

Ustedes, enfermos, Cristo vivo está con ustedes en la cruz de su dolor, con ustedes se pone en las manos del Padre, con ustedes cruza la frontera de la vida sin fin.

Ustedes, pobres de la tierra, únanse a Cristo resucitado, Él está animando su lucha por salir de la miseria, por lograr que los respeten y los escuchen; Él está dentro de ustedes y se identifica con ustedes.

Ustedes, los que luchan por la justicia, libertad, amor, y dignidad de todo ser humano, sepan que Cristo resucitado los está sosteniendo, les patrocina la tarea, les asegura que resucitarán y su vida será todo un éxito.

Hermanos: Cristo, el amigo de los niños, el que perdona a la adúltera, el cercano a los enfermos, el que se sienta con los pecadores, el que quiere a las prostitutas, el que acepta a todo hombre... resucitado, sigue haciendo lo mismo. No dejen de acercarse a su presencia; crean en él, enciendan las velas en su vida resucitada. Vengan y vean, experimenten una vida nueva.